Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

domingo, 12 de febrero de 2012

La indescriptible aventura de Dimitri DuFou - Capítulo 1



Recuerdo que cuando era niño me hacían tenebrosas historias acerca del malvado lobo que habitaba en el bosque. Nos lo describían como un cánido enorme y peludo, del tamaño de un oso, que blandía a voluntad las sombras del bosque y las usaba para ocultar su diabólica faz. Se dice que donde sea que pasa la oscuridad le acompaña, como si más que un hecho aislado, existieran debido a su presencia. También hablaban de un apetito insaciable que le permitía devorar a un niño de un solo bocado con su enorme mandíbula bestial, llena de afilados colmillos.
Ahora, habiendo nacido en un pequeño pueblo, la mayoría de los vástagos resultaba más bien impresionable. Cuéntales una historia de una maldad incomprensible y se limitarán a aceptar secamente que el bosque no es lugar para ellos. Así le pasó a mi padre y a su padre y al padre de su padre, y así, sucesivamente. Todos se limitaban a lindar por los llanos, las cosechas y las praderas, pero ninguno se atrevía a tocar siquiera los árboles del bosque donde se suponía habitaba el lobo.


A veces alguna enredadera salvaje se lanzaba al ataque contra una pequeña choza, y cuando esto pasaba, la choza era desarmada al dedillo y reensamblada muchos metros de distancia de ese insignificante suceso.


En cuestión de 10 años casi todas las casas se habían movilizado, con sus maderos gastados y llenos de clavos doblados y agujeros, y el espacio entre casa y casa se había transformado en un sendero estrecho en el que un adulto apenas podía cruzar erguido.


Existe un viejo cuento sobre una niña que se adentró en el bosque y volvió sana y salva. Hace cinco generaciones la pequeña vástago de la antigua familia Landreaux se adentró, dicen por aburrimiento, en  la más espesa espesura del bosque (¡sí! Espesa espesura) y lo que parecía ser el fin de la niña, pues la leyenda del lobo es más antigua que la propia aldea, terminó siendo el principio de una nueva era. Una era de miedo.


Se dice que la pequeña volvió, y que toda la familia se fue de la ciudad para nunca más asomarse. Aún queda en pie su antigua casa, con grandes pilares de gruesos troncos a los que nunca se les retiró la corteza y en su fachada una señal que porta su nombre orgullosa: "Villa Hena".


Nunca se supo qué le pasó a la niña exactamente, pero la especulación no se hizo esperar. Algunos decían que habían salido presurosos a buscar alguna magia o medicina que curara a la pequeña de su terrible trauma, mientras otros sugerían la presencia de una verdadera enfermedad contraída en la espesura. Existía el rumor de que la experiencia había producido un miedo tan grande en la joven familia que decidieron alejarse para siempre, perderse lejos de todo lo que conocían y empezar de nuevo.


Yo por mi parte no creo en ninguna de estas versiones y, a veces, me escabullo entre las grandes ventanas de madera de Villa Hena y me dedico a leer en su enorme biblioteca.


Sí, admito que sé leer, es algo que siempre me ha gustado, y si no fuera por estos libros abandonados y encamados entre el polvo y el descuido, pienso que ya habría olvidado el cómo hacerlo.


Ahí me enteré de muchos relatos de increíble factura que abrieron mi mente a la posibilidad de dedicarme al oficio de plasmar historias. Mis padres nunca lo entenderían, pero no me importaba. Me conformo con tener ese pequeño y tal vez irrealizable sueño.


¿Pero cómo iniciar a escribir sin haber siquiera experimentado algo digno de contar? Muchas de esas historias hablaban de dragones, magos, brujas y gnomos. Algunas describían supuestos animales reales, habitantes de lejanas regiones, ocultas tras montañas casi infranqueables y meses de ininterrumpida travesía, y mientras más leía, más sentía que debía producir una aventura que me perteneciera.


Por este motivo escribo esta carta, para que, si no vuelvo con vida, todos sepan que me adentré en plena voluntad, que nadie me obligó, que estaba, como la niña Landreaux, aburrido, y que necesitaba, desde lo más profundo de mi persona, de mi máscara, observar otro paisaje que no fuese el desvencijado pueblecillo de estrechos caminos y casas idénticas. Aprecio mucho lo que me han dado y ofrecido, padre, madre, pero lamentablemente eso no es para mí. Espero que nos encontremos de vuelta en esta vida o en la otra, junto a Dios. Espero y él no este muy enfadado con mi manera de desobedecerlos. Si es que no vuelvo, y no estoy diciendo que no lo haga, recuerden siempre que los amo como toda semilla ama su fruto.


Adiós. O mejor dicho: hasta pronto.

Su hijo,

Dimitri.

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Acabo de dejar la carta junto a la mesa donde mi padre cura el cuero y lo prepara. Mi madre me observó por unos instantes y temí que había previsto mi plan maestro, pero me dedicó una tenue sonrisa y continuó con sus labores. Se volvería loca si supiera lo que llevo maquinando desde hace ya tantos años. Desde la primera vez que leí un cuento.

Escribir la carta me tomó algo de esfuerzo, pues era el trabajo intelectual más extenso que había realizado en mi vida. Y, aunque no he vivido mucho (15 años y contando), fue realmente difícil encontrar las palabras que consideré adecuadas. De todas formas, ahora me embarco en un proyecto aún más grande. Tanto que llega a asustarme. ¿Tendré la madera para convertirme en quien deseo ser? Eso sí, ¡no pienso conformarme con un quizá!

A partir de este momento mantendré este pequeño diario en el que escribiré, practicaré y reescribiré mi experiencia hasta convertirme en el mejor escritor de la historia.

Está bien, tal vez eso sonó algo pretencioso; pero es verdad, me esforzaré, y trabajaré hasta la deshidratación y el hambre. Prometo que ni siquiera notarán mi falta de habilidad y mi esfuerzo sobrehumano al no conformarme con sonar como un ignorante niño de pueblo.

¡Es hora de comenzar la aventura! Terrible lobo de los bosques, no te temo y me enfrentaré a ti como alguna vez lo hizo una pequeña niña y volveré a salvo. Averiguaré la verdad y mantendré el pellejo intacto, y si fallo, no merecía la vida que anhelo y quiero. Esta es la primera aventura de muchas, y por eso te digo: ¡no te temo!

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