Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

domingo, 19 de febrero de 2012

La indescriptible aventura de Dimitri DuFou - Capítulo 2

"Pareja caminando en el bosque" de Vincent Van Gogh.


Es sorprendente lo rápido que cae la noche cuando uno se lanza a la aventura. Apenas me vi finalmente sumergido entre los copiosos árboles del bosque, donde se supone habitaba la legendaria criatura, cuando una oscuridad fantasmal me arropó y cegó. Mi cabeza instintivamente se elevó como la de un polluelo que busca alimento, pero debido a la falta de luz no pude identificar la razón de tal acontecimiento. Y recordé las leyendas: la oscuridad que persigue al lobo, ocultándolo como si la mera visión de tal bestia representara un crimen para el mundo tangible.

El bosque en cuestión es justamente eso: un bosque. Árboles hasta donde alcanzan a ver los ojos. mares impresionantes de hojas que muestran una danza de color al pasar el día, grandes sombras y mucha luz... era éste sin duda un reino de la naturaleza.

Ahora bien: había decidido salir en busca del lobo, pero unas horas después, y confieso algo tarde, me encontré preguntándome a mí mismo ¿qué haría cuando encontrara al lobo? ¿lo cazaría como dicen las antiguas tradiciones de mi pueblo? Y entonces, como una embestida recordé las viejas supersticiones y me cuestioné si era posible cazar a tal monstruo. No. Cazar no era mi método. Yo quiero conocer, descubrir grandes secretos y narrarlos con la increíble magia de la literatura. Encontraría al lobo y averiguaría la verdad sobre su existencia. Esclarecería los mitos para traer nuevos hechos a la mesa de la superchería.

Pero, ¿era nuevamente de día? ¿Qué clase de brujería era esta que parecía controlar los cielos? Era entonces como decían los viejos cuentos. Las sombras eran extrañas por estos lares y el bosque parecía susurrar algún importante mensaje en un lenguaje incomprensible para los hombres.

Empuñé mi cuchillo de cazador y observé a mi alrededor en busca de señas de peligro. El oscuro bosque si había convertido, conmigo en él, en un bosque diurno. Todo estaba tranquilo. Escuché el cantar de un gorrión muy cerca y sentí una ligera brisa fresca.

Guardé nuevamente mi arma y continué caminando, siguiendo las sombras que peligrosamente parecían moverse entre los troncos, pero por más que caminé las únicas criaturas que encontré fueron conejos y zorros.

Decidí que era ya hora de comer. El sol me indicaba que ya se había extinguido la mañana y que era tiempo de comer, así que me hice con uno liebre y la cociné en una fogata improvisada que me hizo sentir orgulloso. La carne era tierna y sabrosa.

-La verdad es que este no es un bosque tan malo -me dije... Y entonces llegó la noche.

Llegó como una brisa helada, dándome escalofríos y llenándome de un miedo irracional. Comencé a sentirme muy nervioso y en peligro. Consideré si mantener la fogata encendida o extinguirla para evitar ser descubierto, pero el frío se había convertido en una amenaza.

Pero algo se acercaba... Mi menté voló sin rumbo entre las arraigadas costumbres de mi hogar. ¿Será esta mi primera y última aventura? Sentí pisadas que no parecían de ninguna bestia a mis espalda y me quedé totalmente quieto esperando ingenuamente que pasara el peligro. En ese momento escuché una voz ronca que decía:

-¡Por el cuerno del unicornio! ¡Un hombre! ¡Es un hombre! Pero no es posible... ¡Ha pasado tanto! Tanto tiempo sin presenciar ningún cambio, viendo los mismo árboles, el mismo cielo, la misma impiedad. Después de tantos, tantos años... ¡un rayo de esperanza!

Su expresión me pareció de extraña y no pude evitar externar una ligera sonrisa confusa, pero al verle de frente vi que se trataba de un avejentado guerrero con una gran lanza y mi sonrisa se torció en una mueca entre la preocupación y la pena.

-Cla-claro que soy un hombre -dije confundido-. ¿Qué tiene eso de extraño? ¿Quién es usted?

Pero sin siquiera escucharme el hombre me bombardeó con preguntas.

-¿Cómo llegaste aquí? ¿Tienes mucho tiempo en este bosque? ¿Eres realmente un hombre? No me engañes, que estoy bien entrenado y puedo matarte de una sola embestida de mi lanza.

Comencé a llenarme de preocupación. Este extraño solado no parecía muy en sus cabales. Se notaba el óxido en su armadura y su arma y la madera de su lanza estaba siendo devorada por las termitas.

-Yo... Llegué caminando desde mi pueblo, Lugenskid. Tengo algunas 8 horas aquí y no tengo problema en ayudarle a salir si es que no encuentra cómo hacerlo.

-Imposible. No es posible salir de aquí, y por lo que he notado en todos estos años, tampoco entrar si este maldito bosque no lo desea. Es absolutamente imposible -sentenció con una resignación entre la calma y la desesperación.

-Disculpe -respondí-, pero no entiendo a qué se refiere. A unos 8 kilómetros se encuentra mi aldea y si necesita ayuda puedo guiarlo con gusto.

Los ojos del hombre brillaron y su mirada se volvió atenta.

-¿Estás seguro de lo que dices? ¿Juras que es eso cierto?

-Sí. Yo le guiaré.

-No. Primero iremos al campamento, le dirás lo mismo que me dijiste al capitán y si por los dioses es mentira, morirás contra el filo de mi lanza y tu cabeza y entrañas serán alimento de los pájaros.

Sentía que un sudor frío me había envuelto de pies a cabeza. Me empujó para que fuera en la dirección de la que había venido, con la punta afilada en mi espalda, pero aún tenía esperanzas de que aquel al que denominó "el capitán" tuviera algo más de juicio que este viejo demente. 

Y pensé: "No que querías aventuras, Dimitri. Aquí están tus aventuras, afiladas y mortales y justo a tus espaldas, amenazándote".

Fue una verdadera odisea caminar en la oscuridad por un bosque escabroso mientras atentan contra tu vida, pero la costumbre parecía guiar a ambos caminantes.

Finalmente me encontré frente a una gran luz que pronto se convirtió en algo más que solo un resplandor y pude ver un gran claro, coronado con una enormísima fogata y un amasijo de tiendas deshilachadas y gastadas. Parecía como si la desesperanza habitará físicamente en cada una de esas insignificantes viviendas. Como si sólo estuvieran esperando la bendición de la muerte.

viernes, 17 de febrero de 2012

Viernes 17 de febrero...


El viernes 17 de febrero es la fecha del acto de entrega del 2do. Concurso de Minificción Ciudad del Ozama, en la Sala de Arte Ramón Oviedo, ubicada en el Ministerio de cultura (Av. George Washington esquina Presidente Vicini Burgos, Sto. Dgo.).

Dentro de este concurso obtuve una Mención de Honor por mi cuento "El Proceso". Están invitados, aquellos que puedan asistir, a este pequeño triunfo en la carrera de este escritor.

Mañana les traeré un nuevo capítulo de La indescriptible aventura de Dimitri DuFou.

Hoy les dejo con un pequeño poema:

Anónimo

Pergeñada, abúlica
insípida es la mentira.
No florece en la adversidad
como dicen del amor.
No conoce, no aprende.
Más bien desconoce.
Es esclava ineludible del malrecuerdo.
Y pasan 10, 20, 30 años...
y se pierde la razón de la mentira.
Algunos incluso empiezan a dudar
Y termina, entre la duda
convirtiéndose en verdad.

Y si el hombre es su historia
y su historia es una mentira...
¿qué le queda?
Es un hombre o es un mono
o tal vez algo más
sacado de un agujero en la playa
donde dormía y reposaba
esperando...

Y si somos hijos de verdades
o mentiras confundidas
y si conocemos el mal
ya no importará más.

domingo, 12 de febrero de 2012

La indescriptible aventura de Dimitri DuFou - Capítulo 1



Recuerdo que cuando era niño me hacían tenebrosas historias acerca del malvado lobo que habitaba en el bosque. Nos lo describían como un cánido enorme y peludo, del tamaño de un oso, que blandía a voluntad las sombras del bosque y las usaba para ocultar su diabólica faz. Se dice que donde sea que pasa la oscuridad le acompaña, como si más que un hecho aislado, existieran debido a su presencia. También hablaban de un apetito insaciable que le permitía devorar a un niño de un solo bocado con su enorme mandíbula bestial, llena de afilados colmillos.
Ahora, habiendo nacido en un pequeño pueblo, la mayoría de los vástagos resultaba más bien impresionable. Cuéntales una historia de una maldad incomprensible y se limitarán a aceptar secamente que el bosque no es lugar para ellos. Así le pasó a mi padre y a su padre y al padre de su padre, y así, sucesivamente. Todos se limitaban a lindar por los llanos, las cosechas y las praderas, pero ninguno se atrevía a tocar siquiera los árboles del bosque donde se suponía habitaba el lobo.


A veces alguna enredadera salvaje se lanzaba al ataque contra una pequeña choza, y cuando esto pasaba, la choza era desarmada al dedillo y reensamblada muchos metros de distancia de ese insignificante suceso.


En cuestión de 10 años casi todas las casas se habían movilizado, con sus maderos gastados y llenos de clavos doblados y agujeros, y el espacio entre casa y casa se había transformado en un sendero estrecho en el que un adulto apenas podía cruzar erguido.


Existe un viejo cuento sobre una niña que se adentró en el bosque y volvió sana y salva. Hace cinco generaciones la pequeña vástago de la antigua familia Landreaux se adentró, dicen por aburrimiento, en  la más espesa espesura del bosque (¡sí! Espesa espesura) y lo que parecía ser el fin de la niña, pues la leyenda del lobo es más antigua que la propia aldea, terminó siendo el principio de una nueva era. Una era de miedo.


Se dice que la pequeña volvió, y que toda la familia se fue de la ciudad para nunca más asomarse. Aún queda en pie su antigua casa, con grandes pilares de gruesos troncos a los que nunca se les retiró la corteza y en su fachada una señal que porta su nombre orgullosa: "Villa Hena".


Nunca se supo qué le pasó a la niña exactamente, pero la especulación no se hizo esperar. Algunos decían que habían salido presurosos a buscar alguna magia o medicina que curara a la pequeña de su terrible trauma, mientras otros sugerían la presencia de una verdadera enfermedad contraída en la espesura. Existía el rumor de que la experiencia había producido un miedo tan grande en la joven familia que decidieron alejarse para siempre, perderse lejos de todo lo que conocían y empezar de nuevo.


Yo por mi parte no creo en ninguna de estas versiones y, a veces, me escabullo entre las grandes ventanas de madera de Villa Hena y me dedico a leer en su enorme biblioteca.


Sí, admito que sé leer, es algo que siempre me ha gustado, y si no fuera por estos libros abandonados y encamados entre el polvo y el descuido, pienso que ya habría olvidado el cómo hacerlo.


Ahí me enteré de muchos relatos de increíble factura que abrieron mi mente a la posibilidad de dedicarme al oficio de plasmar historias. Mis padres nunca lo entenderían, pero no me importaba. Me conformo con tener ese pequeño y tal vez irrealizable sueño.


¿Pero cómo iniciar a escribir sin haber siquiera experimentado algo digno de contar? Muchas de esas historias hablaban de dragones, magos, brujas y gnomos. Algunas describían supuestos animales reales, habitantes de lejanas regiones, ocultas tras montañas casi infranqueables y meses de ininterrumpida travesía, y mientras más leía, más sentía que debía producir una aventura que me perteneciera.


Por este motivo escribo esta carta, para que, si no vuelvo con vida, todos sepan que me adentré en plena voluntad, que nadie me obligó, que estaba, como la niña Landreaux, aburrido, y que necesitaba, desde lo más profundo de mi persona, de mi máscara, observar otro paisaje que no fuese el desvencijado pueblecillo de estrechos caminos y casas idénticas. Aprecio mucho lo que me han dado y ofrecido, padre, madre, pero lamentablemente eso no es para mí. Espero que nos encontremos de vuelta en esta vida o en la otra, junto a Dios. Espero y él no este muy enfadado con mi manera de desobedecerlos. Si es que no vuelvo, y no estoy diciendo que no lo haga, recuerden siempre que los amo como toda semilla ama su fruto.


Adiós. O mejor dicho: hasta pronto.

Su hijo,

Dimitri.

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Acabo de dejar la carta junto a la mesa donde mi padre cura el cuero y lo prepara. Mi madre me observó por unos instantes y temí que había previsto mi plan maestro, pero me dedicó una tenue sonrisa y continuó con sus labores. Se volvería loca si supiera lo que llevo maquinando desde hace ya tantos años. Desde la primera vez que leí un cuento.

Escribir la carta me tomó algo de esfuerzo, pues era el trabajo intelectual más extenso que había realizado en mi vida. Y, aunque no he vivido mucho (15 años y contando), fue realmente difícil encontrar las palabras que consideré adecuadas. De todas formas, ahora me embarco en un proyecto aún más grande. Tanto que llega a asustarme. ¿Tendré la madera para convertirme en quien deseo ser? Eso sí, ¡no pienso conformarme con un quizá!

A partir de este momento mantendré este pequeño diario en el que escribiré, practicaré y reescribiré mi experiencia hasta convertirme en el mejor escritor de la historia.

Está bien, tal vez eso sonó algo pretencioso; pero es verdad, me esforzaré, y trabajaré hasta la deshidratación y el hambre. Prometo que ni siquiera notarán mi falta de habilidad y mi esfuerzo sobrehumano al no conformarme con sonar como un ignorante niño de pueblo.

¡Es hora de comenzar la aventura! Terrible lobo de los bosques, no te temo y me enfrentaré a ti como alguna vez lo hizo una pequeña niña y volveré a salvo. Averiguaré la verdad y mantendré el pellejo intacto, y si fallo, no merecía la vida que anhelo y quiero. Esta es la primera aventura de muchas, y por eso te digo: ¡no te temo!

jueves, 9 de febrero de 2012

Aún no tengo prisa.

"Campesino quemando maleza" de Vincent Van Gogh.

No tenía nada de prisa, pero eso parecía no importarle al encargado. Parecía como si quisiera desquiciarme con sus insistentes embistes, no dejándome apreciar los detalles del camino.

Nací simplemente una tarde calurosa de un verano ya perdido a la vuelta de la esquina. Mis ojos se cerraron una vez y al abrirlos me di cuenta que ya el inocente tiempo de la escuela había pasado, que la universidad era alimento de peces de la memoria, cuando todo esto era en mí un recuerdo aún no cuajado.

Pestañeé por nueva vez y en lo que el párpado recorría los escasos milímetros hasta cerrarse, me di cuenta que mi matrimonio ya era una vieja historia, que mis vástagos ya eran grandes personas para mí desconocidas, y mientras se abrían nuevamente tuve nietos, pequeños y rollizos, nunca supe sus nombres.

Entonces decidí oponerme a tan nefasta maquinaria, endemoniada carga y pesar de los mortales, pesadilla enmascarada en sueño, quería poder decir que fue la última vez que fui su víctima.

Pero no fue así.

Por más que traté de mantener los ojos abiertos, en un pequeño momento fui esclavo nuevamente de la forma en la que la vida está hecha.

Cerré mis ojos por última vez, mientras la vida me arrollaba y me eximía de sus derechos. Recuerdo las voces susurrantes, lejanas y ausentes de quienes eran para mí más importantes. Creo que finalmente pude reconocer a la persona con quien compartí mi vida. Su voz era como la imaginaba. Su rostro un vestigio desconocido en una memoria ya atrofiada. Su caricia, lo que más me hizo sentir vivo.

Y así, en pensamientos que nunca pude compartir, concluyo este teatro tragicómico de mal gusto. No es que sea ingrato. Sé que la vida es algo precioso. Pero, ¿por qué es tan rauda y vertiginosa? ¿Por qué tan frágil? En estos preciosos momentos en los que tengo la fortuna de aún contar con mi voluntad, deseo compartir una sola cosa: un consejo. Mantente atento. La vida pasa muy, muy rápido. Despierta. Levántate. Haz que valga.

miércoles, 8 de febrero de 2012

El universo de sus botas.

Pueden leer el capítulo 1 aquí.


Capítulo 2:


Un par de botas, de Vincent Van Gogh.

Dudo que alguien que no haya estado en el espacio pueda comprender lo que se siente encontrarse flotando en él. Es una mezcla de libertad y horror verdaderamente indescriptible. Así que, cuando Davite se dio cuenta de su situación su reacción fue obviamente el pánico. Luego de 10 eternos minutos de este sentimiento tan humano, la joven meditó unos momentos y llegó a la conclusión de que verdaderamente pasaba algo sobrenatural, ya que en medio de la nada -literalmente- pudo desesperarse y gritar hasta perder el aliento y finalmente recuperarlo minutos después.

Pudo impulsarse con cuidado hacia el vehículo y comprobar que dentro existía gravedad, como un residuo persistente de lo que había dejado atrás, y que todos sus ocupantes se encontraban más bien en un letargo. La situación se estaba convirtiendo en una enorme lista de sinsentidos que la envolvían en un gran misterio.

Ya algo más tranquila comprobó que el vehículo no encendía y que por más que intentaba, nadie despertaba.

-Qué momento para dejarme sola -carraspeó desalentada-. Realmente no tengo idea de qué puedo hacer ahora, pero por algún motivo esta situación me resulta familiar... aunque no pueda recordar por qué.

Se sentó con sus amigas, que ahora lucían tan vulnerables, mientras pensaba en lo insignificantes que deben lucir esa docena de personas flotando sin ancla en medio del espacio exterior.

-Y pensar que antes quería ser una exploradora. Esto realmente me hubiera resultado una aventura entonces.

Se sorprendió cuando escuchó lo que decía. ¿Exploradora? ¿Cuándo había sido eso? ¿Por qué sus palabras se dijeron casi solas, como si le pertenecieran a alguien más? Davite comenzó a dudar de su propia persona. ¿Era realmente ella la persona que creía? ¿Por qué era la única que no había caído en ese sopor inexplicable? Las preguntas llenaban su cabeza y se agolpaban como piezas de dominó.

Pensó calmadamente, arrullada por la exhalación suave de los ocupantes del vehículo hasta casi sentirse somnolienta. "Bueno, según recuerdo, si llegamos aquí debió ser por algún tipo de "puerta intergaláctica" ubicada curiosamente en la calle, y si entramos debemos de poder pasar por ella nuevamente". El problema era, ¿dónde se encontraba esta puerta? En el exterior sólo se veía la nada, el vacío, la luz en la distancia, estrellas que ahora parecían cómplices en una broma pesada.

Pasó una hora hasta que decidió salir nuevamente a buscar aquella puerta.

Trató de concentrarse fuertemente en los detalles de los alrededores. No parecía haber nada cerca. Flotó lentamente por debajo del camión sin alejarse mucho, pensando sin pretenderlo en lo divertido que era. Allí pudo ver, a unos dos metros, una vieja bota.

-Eso sí que es extraño -se dijo- y decidió que, como era lo único cercano, debía tratar de obtenerla. Tal vez tenía algo que ver con su extraña teletransportación.

Volvió al interior del autobús y encontró una manguera que curiosamente tenían allí "para emergencias". Recordaba como se rió el día en que escuchó a su viejo y rollizo director repetirlo mil veces. La ató a una de las ventanas y se la amarró de la cintura.

"Esto es lo más estúpido que he hecho, y para colmo por una vieja bota", pensó; pero no tenía opción. Se impulsó lo más fuerte que pudo con las piernas y luego flotó, lentamente, hacia aquel calzado.

Tuvo suerte. Logró alcanzarlo y cuando lo tocó algo en su cabeza se encendió. Recordó algo muy importante. Esta era su bota. Una de las de su par favorito cuando era más chica, pero qué hacía en el espacio. Sus pensamientos la inundaron al punto que no se percató de que había seguido su rumbo, cada vez más lejos del autobus y que, derrepente, le faltaba el aire.

Sintió fuertes espasmos. La muerte ya comenzaba a mirarla, lentamente, desde la oscuridad del espacio. Sentía que perdía el conocimiento... y entonces pasó algo que nunca hubiera esperado.

Su cuerpo fue jalado por la manguera hacia el vehículo. ¿Alguien había despertado y se había percatado del dilema en que se hallaba? Su cuerpo estaba demasiado afectado y su respiración había vuelto con una violencia olímpica. Miró con algo de esfuerzo hacia arriba y lo vio.

Un hombre extráñamente delgado la jalaba, ¡subido en una bicicleta! Su vestimenta era de los más anticuada. Una camisa de seda larga aprisionada en un chaleco negro ceñido, con un sobretodo marrón que se notaba muy antiguo y coronado con un bombín como los de esos cuadros de Magritte. Sus pantalones eran de un tono verdoso opaco con rayas verticales y horizontales y su bicicleta se parecía a la que tenían los hermanos Wright en aquellas viejas fotos.

-¿Quién eres tú? -logré decir en una voz muy débil que desconocía.

-¿Yo? -respondió-. Yo soy como tú, pero parece que lo has olvidado.

Me quedé en silencio unos segundos.

-¿De qué estás hablando? ¿Cómo fue que llegamos aquí?

-Pues parece que cayeron por uno de esos agujeros espacio-temporales que se hallaba en plena calle. Esos accidentes ocurren aveces. Son bastante comunes.

-¿Co-comunes?

-Sí. Hace apenas una semana tuve que venir a rescatar un camión de Coca Cola que había tomado órbita hacia el sol de la galaxia del Erxis Ropá, algo así como Halcón de Plata. Por suerte llegué a tiempo. Incluso me regalaron algo de su mercancía. Pero ese no es el punto... Davite Danae Bueno Morales, ¿realmente no recuerdas lo que eres?

-¿Lo que soy...?

Le dolía la cabeza. Davite sentía que había algo en ella obstruyendo sus pensamientos.

-¿Puedes salvarnos?

-A eso vine.

Y comenzó a pedalear lentamente. Davite se sorprendió enormemente al ver que la bicicleta parecía deslizarse con rumbo por el espacio. Se acercó a ella bastante. Se sentía atemorizada. El sujeto le pidió la bota que tenía en las manos. Instintivamente se opuso, pero luego aceptó. En ese momento el le quitó los cordones y entre luces multicolores pudo ver que de ella salía un camino que parecía llevarlos a casa.

Luego escuché una pequeña explosión y vi que el vehículo se impulsaba hacia el hueco con como una comparsa, despidiéndose del universo abierto. Ella misma se despidió entre lágrimas que no comprendía, y atravesó el umbral entre prismas esféricos de tristeza y desconcierto.

martes, 7 de febrero de 2012

Vivir es estar contigo.


"Noche Estrellada sobre el Ródano" de Vincent Van Gogh.

Dedicado a Trigal Morales Pou.
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Acepto que hay cosas que siempre he querido contarte y no he podido.

Por ejemplo, pasa que cuando estoy muy feliz y tranquilo, canto y tarareo cualquier cosa. A veces una tonada conocida, otras una nueva pieza sólo mía. Canto y me siento que todo es posible, incluso ser feliz. Siempre me encuentro cantando antes de ir a verte.


Confieso y siento que me ayudas en tantas cosas. Las tareas diarias no resultan tan tediosas. Me he metido poco a poco en la cocina. Exagero con el ajo y la verdura. Lavo los utensilios cuidadosamente. Me siento a envejecer. ¿Dónde estuve antes? ¿Dónde estoy ahora? ¿Dónde estaré?


Cuando te pierdo de vista en las noches, la existencia de un cielo pierde sentido. Mi andar se vuelve lento y confuso y me pregunto varias veces ¿hacia dónde me dirijo? La respuesta es una mueca sorda.

Y tantas, tantas cosas que escapan a mi memoria.

Admito que no me siento completo. Como un proyecto inacabado. Quisiera ser una empresa iniciada. Poseo cosas ya no tan comunes: fe, fuerza, amor, vida, sueños, belleza que compartir...

A ti.

En palabras, oraciones y versos que siempre escribiré.

Y me entristece y me llena de felicidad. Me recorre la dicha y la desdicha.

 Y me siento bendecido, porque vivir es eso. Vivir es estar contigo.

Dejaré esta carta envuelta en la sombra de tu ventana para cuando despiertes. Buenas noches dulce luz de mi vida, inocente astro, vida espesa y pura, y dame fuerzas para este nuevo día.

lunes, 6 de febrero de 2012

¿Realmente estamos solos?


Acostumbro perder mis noches siendo acariciado por la luz de la luna, pero un día en específico algo pasó. Mientras repasaba los cráteres del oeste lunar la faz del satélite desapareció por una fracción de segundo. Pensé que era mi imaginación, pero entonces pequeñas estrellas buscaron lugar y se reubicaron a su alrededor en una perfecta circunferencia y la luna comenzó a moverse. En serio, se movía lentamente, empequeñeciéndose ante mi vista y dejándome perplejo. Unas cuantas estrellas se unieron a la marcha universal como una comparsa; guiadas por una misión. Y mientras pasaba observé catatónico, con la curiosidad en la garganta y la impotencia prendada a mí. Qué pequeño me sentí. No soy de los que crean en vida espacial pero esto no sólo era imposible, sino real. Luego observe resplandecer esas estrellas y apagarse  una a una. Por algún motivo desconocido sentí tristeza al verlo. Esos pequeños puntos en el cielo desaparecieron completamente con la luna casi fuera de vista. "Bueno, ¿supongo que sólo yo vi eso? Seguro es mi mente jugando conmigo". Entonces lo escuché: el estruendo meteórico de una explosión tan grande que había roto el vacío e inundado la tierra. El sonido casi me vuelve loco. Sentía como que todo lo que conocía era frágil e insignificante, y que así mismo, frágil e insignificante, desaparecería. Así como pasó con la luna... que ya estaba ahí, de vuelta, en el lugar de siempre. Me estrujé los ojos con fuerza. ¿Habrá sido todo un sueño? Pero mi corazón aún sentía el resonar imparcial. En aquel momento parecía el fin del mundo. Pero ya todo está en calma. Y miro al cielo con algo más en los ojos que mera fascinación, mientras la humanidad se pregunta: ¿realmente estamos solos?

domingo, 5 de febrero de 2012

Un mundo no mágico.


Vivo en un país curioso, perfecto en cada detalle. Junto al mar y la montaña y con planicies y valles. Es curvo y lleno de caminos convergentes y extensos; de tierra, gravilla y piedras los he hallado. Todos llevan a algún lugar. Tiene además fronteras que hacen mella consigo mismas. Supongo que más que un país es un mundo, un mundo con alma de mujer.

Hay pequeños detalles casi imperceptibles: las flores no son nunca de un solo color; debajo de sus pétalos puedes hallar nuevos tonos de colores secretos. Existe un solo sol que crea la más hermosa armonía cromática en un cielo que es a la vez claro y oscuro. Y las estrellas, ¡Oh, divinos héroes de piratas y corsarios!, ocultas e imposibles de ocultar, su luz es madura y sabia. El mar es el espejo en el que el universo se observa y he visto a la luna contemplarse coqueta. Los detalles son tan bellos que cuando duermo los contemplo nuevamente, en cercana calma, como una grabación congelada.

Pero hablemos de otros seres: millones, billones, criaturas con formas tan diversas y complejas, y tan simples aveces, como llaves únicas para una puerta nueva. Es un pasillo infinito de entradas en una armonía supranatural. Dudo que podamos entrar en todas, pero tal vez deba ser así. ¡Y lo mejor! La chispa de la vida, la semilla de un mundo que es en esencia eso, es absoluta e intransferible; como un mensaje increíblemente viejo que una vez escuchaste y que años más tarde llegas a comprender.

Todos los días tienen algo parecido: leyes físicas que se repiten, colores similares y distintos, dolores posibles y extintos, álbumes de recuerdo inmateriales, sonatas escritas y descritas, y música y poesía y canciones que no se escuchan. Y me pierdo tratando de describir todo lo bello, infinitamente bello.

Cada día llega la noche en un pestañeo fugaz, como una burla de la muerte y el fin. ¿Por qué no serán los días más largos? ¿Por qué no será mi vida más larga? ¿Será suficiente una vida dedicada a lo infinitamente bello o harán falta 2... 3... millones... billones de hombres como yo, capaces de ver lo que se oculta en la esquina olvidada del ojo: la magia de lo no mágico; la suerte de lo eterno.

viernes, 3 de febrero de 2012

Todo habitaba en él.



Graciosamente se encontraba muerto desde mucho antes de que llegara la ambulancia. Desde mucho antes de que le viera tendido un pobre borracho confundido. Desde antes de que la noche arropase los techos hundidos de la calle agolpada de pancartas y ruido. Se encontraba muerto desde antes del alba dorada, del rojo sopor del motor que pasaba en la madrugada anunciando que eran las seis. Incluso me atrevería a afirmar que se encontraba muerto desde mucho antes que eso. Tal vez cuando la caravana pasó agitando sus camellos, envolviendo sus pisadas en cuero y yeso y ocultándose en arena de lata. O antes aún, cuando galopante el caballero caballo reposaba en la aurora mojada. Hubo muchos que le vieron y otros que imaginaron verlo.

En realidad fue ayer, justamente ayer, antes del arribo ambulante, del seco visitante que murmuraba clementes burbujas de alcohol; antes de la calle agolpada de techos hundidos y de la noche y el alba dorada. Calló como caen las hojas otoñales: sin prisa y con una elegancia sin gravedad que, por más que la vemos y recordemos, siempre parece nueva. Y cuando calló se perdió entre plumas de ganso que no estaban y, mudo, falleció.

Así fue como pasó, en un tiempo antes del tiempo de hoy, con caballos y camellos y sin ruido. Con una triste canción que sólo él oía y que egoístamente jamás compartió, pero gracias a que todo lo recuerdo, al menos pueden saber que existió algo oculto y magnífico.

Conocemos por tanto la historia del pasado compungido, atrayente y colorido y (a veces) sin color. No es extraño que mencione a los camellos que agitaba en sus cabellos, ni al caballero que era su propio caballo y que en sus sueños galopaba y se perdía, y se perdió. Todo habitaba en él y todo, al caer, calló y se quebró para nunca más reconocerse.