Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

jueves, 23 de diciembre de 2010

Mi sombrero y sus ventanas.


Es curioso como aún desconozco si existe o no un dios, pero creo en mis entrañas que todo este maravilloso mundo no puede ser producto de un azar tan oportuno. Y todo eso por ti, mi sombrero, y por tus grandes ventanas.

Ahora me siento dios de pequeñas cosas. De un cordón bien anudado, de una línea hecha a pulso extremadamente recta, de un trabajo exitoso, de mis textos. Textos que escribo con las plumas multicolores de las aves, con el sopor indignado del mar llano, con la pérdida de la memoria que me acosa, con el pasado del que apenas me acuerdo. Y entonces me siento como un caballo con anteojeras, que desconoce el paisaje más allá del objetivo, y me revoluciono. No puedo no fijarme en los detalles del camino, pues con elllos es que justamente nutro lo que creo.

No es que sea el dios más justo, pues muchas veces mis hijos sufren mis caprichos y estados de ánimo. A veces creo a un gran hombre, orgulloso de su existencia imperfecta, tan sólo para lanzarlo por el acantilado y terminar la historia. A veces calco desde mi psique a seres abismales, bosconianos, deformes, abominables, seres sin ojos, sin manos, sin objeto, pero con alma. Y me digo, ¿por qué crear a estos seres en cuya existencia sufren el dolor de lo inútil? Para enseñar, para compartir, para guiar. Pero desconozco ya para enseñar qué, para compartir con quién, para guiar a dónde. Ya nisiquiera pregunto si comprendieron algo. Me conformo con ser incomprendido.

Mas no estoy sólo, pues siempre hay dos o tres especímenes de extraña factura que contemplan y entienden en silencio. A esos dedico mi teogonía. A mi sombrero y sus ventanas.