Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

domingo, 24 de agosto de 2014

Los tesoros que descubrí aquel día

Escena de la película "Hugo".

Cuando la conocí me dirigía hacia un futuro completamente incierto, y por algún motivo, al verla, decidí andar tras suyo. No se si fuera su largo y hermoso cabello o sus ojos diáfanos y puros. Tal vez fue algo invisible a la vista, una ley natural, una gravedad que solo funciona entre ciertos seres.

Cuando la conocí algo cambió en mí. Fue como si en mis adentros iniciara su funcionamiento una maquinaria que se pensaba obsoleta o que, más bien, se desconocía completamente su uso. Entonces aquel aparato inició lo que fue un lento proceso de adecuación, de la total inactividad a una constante, a la máxima marcha que le permitían sus gastadas piezas sin uso. Esa máquina del cambio mejoró en eficiencia lenta pero ininterrumpidamente, llevando mi vida hacia los tesoros que descubrí aquel día.

Cuando la conocí eran las 11:15, en una escalera en lo que fue un cruce fortuito. Recuerdo que mis dedos se extendieron y rozaron la punta de sus cabellos. Ella ni me miró... y no me miró por mucho tiempo, incluso luego de ya hablar con regularidad. Y no era que no quisiera, sino que sus ojos eran tan agudos que solo veían las pesquisas de los adentros de la gente, limitándose a ver el exterior como el recipiente.

Cuando la conocí decidí seguirla siempre, aunque tal vez en ese momento no fueran las exactas palabras que pensé, pero hay cosas que se piensan sin palabras y se ejecutan sin consciencia. Aquellos días de mayo, junio y julio fueron de lluvia y de sol.

Cuando la conocí la perseguí con insistencia, la busqué en los huecos de las rocas y en la curva de los pasillos, en las aulas vacías y llenas, en la amistad y la inquietud, en su propio corazón. Al final, la búsqueda fue extensa... pero busqué en los lugares adecuados y encontré, más que una razón, un sol diurno y nocturno, de bondad inescrutable, en una pequeña y atractiva morada de huesos y piel en la que quisiera hospedarme para siempre.

Cuando la conocí me conocí a mí mismo, y ese es el mayor regalo que me hizo.

Cuando la conocí la amé.