Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

jueves, 23 de diciembre de 2010

Mi sombrero y sus ventanas.


Es curioso como aún desconozco si existe o no un dios, pero creo en mis entrañas que todo este maravilloso mundo no puede ser producto de un azar tan oportuno. Y todo eso por ti, mi sombrero, y por tus grandes ventanas.

Ahora me siento dios de pequeñas cosas. De un cordón bien anudado, de una línea hecha a pulso extremadamente recta, de un trabajo exitoso, de mis textos. Textos que escribo con las plumas multicolores de las aves, con el sopor indignado del mar llano, con la pérdida de la memoria que me acosa, con el pasado del que apenas me acuerdo. Y entonces me siento como un caballo con anteojeras, que desconoce el paisaje más allá del objetivo, y me revoluciono. No puedo no fijarme en los detalles del camino, pues con elllos es que justamente nutro lo que creo.

No es que sea el dios más justo, pues muchas veces mis hijos sufren mis caprichos y estados de ánimo. A veces creo a un gran hombre, orgulloso de su existencia imperfecta, tan sólo para lanzarlo por el acantilado y terminar la historia. A veces calco desde mi psique a seres abismales, bosconianos, deformes, abominables, seres sin ojos, sin manos, sin objeto, pero con alma. Y me digo, ¿por qué crear a estos seres en cuya existencia sufren el dolor de lo inútil? Para enseñar, para compartir, para guiar. Pero desconozco ya para enseñar qué, para compartir con quién, para guiar a dónde. Ya nisiquiera pregunto si comprendieron algo. Me conformo con ser incomprendido.

Mas no estoy sólo, pues siempre hay dos o tres especímenes de extraña factura que contemplan y entienden en silencio. A esos dedico mi teogonía. A mi sombrero y sus ventanas.

martes, 14 de septiembre de 2010

Para ti

A veces
las tinieblas de la noche
oscurecen nuestra visión,
pero
en momentos como esos
hay que recordar la razón
por la que la oscuridad existe.


Mañana todo será más brillante.

sábado, 7 de agosto de 2010

Dos trigos como hoy

Así pasó un año, y son dos años ya, dos años viéndote pura e inmutable. Dos años de más que un noviazgo, un romance, y de sueños, muchos sueños fragmentados que convergen en uno solo. Fíjate qué veloz pasa el tiempo, fíjate, fíjate bien, porque ya este momento fugaz pasó desapercibido. Y es por eso que propongo, momifiquemos nuestro amor, para que a través de los siglos se mantenga su forma y su contenido. Es cuestión de conceptos, de tejidos, de ser nosotros hasta siempre y de no olvidar, nunca olvidar.

Estoy deseoso de ver pasar el tercero, y seguro de que veré pasar el centésimo.

"Vi dos trigos pasar por mi frente, corriendo de la mano zurcaron mis sienes y se perdieron en un bosque oscuro. En ese momento constreñí mi ceño, y dudé del significado de tal evento, pero prontamente me vi frente a la fuente de tan curioso acontecimiento: el trigal que es mi reino había invadido mi pensamiento."


Ps.: Seguiré esforzándome por ser un mejor ejemplo de ser humano, y me fabricaré algo de elegancia al caminar. Al menos luzco bien en corbata.

10/9 continúa siendo mi tamaño de sombrero, aún y nos hayamos enterado de que era tan sólo el precio.

jueves, 24 de junio de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

Indiferencia


Sus dedos habían sido siempre muy grandes y me tomaban como si fuera un muñeco o un niño. Me arrojaba hacia el cielo y me atrapaba de nuevo.

Pasaron semanas en las que el sol calcinaba las viviendas del poblado y exterminaba la vegetación, creaba incendios y un terrible mal humor. Pero sus grandes dedos sirvieron de sombra para más de uno. A veces nos encontrábamos preguntando en voz alta si pertenecía a la raza humana. Parecía más bien un ser mitológico, una criatura de cuentos. Tal vez un señor de los bosques.
Gracias a él las viviendas fueron frescas, la vegetación sobrevivía, los incendios fueron escasos y aislados y el mal humor se apaciguó en la agradable sombra de sus dedos.
Luego llegaron las grandes lluvias. Muchos de nuestros conciudadanos buscaron en el libro sagrado un motivo para tal inclemencia del clima. Otros, más prácticos, hablaban de venganza planetaria. Él hablaba de paciencia.
El agua entraba por todo agujero descuidado, las casas se vieron rápidamente más mojadas que el exterior. Luego todo parecía un gran lago y ya no se divisaban pies ni zapatos.
Él, al ver el barullo, entrelazó sus dedos y nos llevó a todos, incluso a él mismo, en el arca más singular que jamás se vio, llena de personas agradecidas, pero en cierta forma insignificantes al mundo.
Así vivimos y morimos, con aquel ser de grandes manos, protegidos por su bondad inapelable y justa.
Aún así, los jóvenes se fueron a las grandes ciudades y olvidaron al gran hombre y lo que sus manos habían construído. Los mayores morimos aquí, y uno por uno fuimos sepultados por sus grandes dedos, hasta que sólo quedé yo. Y cuando pensaba que iba a exhalar mi último aliento, aquel gran hombre calló de bruces y murió.
En un pueblo fantasma, al sur, se encuentra un caserío rupestre y vacío de cadáveres agradecidos y olvidados, y un gran árbol nació de cada tumba, excepto de la tumba del gigante, de la cual creció una montaña. Tal vez indicándonos la grandeza de su existencia, como un monumento eterno y protector de los vivos.
Incluso yo morí, y como no tenía quien me enterrase, de mi hogar creció un gran pino que hizo estragos en el techo y creció tanto como los demás árboles. Hicimos un bosque que nadie visitaba, y que incluso nuestra sangre miraría con indiferencia, pero eso no importaba. Todos los que nos habíamos quedado, 13 familias en total, aprendimos la importancia de tener manos capaces de construir.

lunes, 29 de marzo de 2010

AQUELLO QUE ES MÁS IMPORTANTE + Dibujo de mi trigal.



Jack sólo quería una flor, una sola; pero ninguna floristería parecía poder cumplir su pequeño encargo. Cuando iba a aquellos coloridos edificios perfumados le ofrecían enormes arreglos, le preguntaban si eran para una boda o un difunto, le hablaban con jergas incomprensibles y apiñaban contra sus fosas nasales flores de mil formas, tamaños y olores, pero no una, no la flor que buscaba.

Jack estaba por rendirse, hasta que un día, cuando se dirigía a otra floristería pues no perdía la esperanza de encontrar lo que buscaba, un empleado sacó una tímida flor y la arrojó a la basura. Jack había sido el mejor atrapando todo tipo de cosas desde la secundaría. Se lanzó a por ella a una velocidad que dejó boquiabierto al empleado, a unas señoras que entraban y a un pequeñísimo ratón que observaba la escena estupefacto.

¡Esa es mi flor!, gritó Jack cuando ya la tenía en sus brazos. El empleado actuó como si desconociera el idioma en el que Jack se comunicaba, dándole la espalda y volviendo a su rutina tediosa de florista, con una duda insignificante, muy insignificante, sobre lo que había visto y no
llegaba a comprender.

Jack estaba feliz, la flor para su amada Trigal estaba con él. Y no es que Jack tuviera extrañas desviaciones que le llevaran a enamorarse de una gran plantación o “harem” de trigo, sino que el objeto de su adoración había sido nombrado de esa manera por su madre, que había soñado el curioso nombre. Algunos le llamaban Trigo. Otros, más creativos, le llamaban “hija de la tierra”, “hija del panadero” y muchos otros, en una especie de batalla campal en busca del sobrenombre más descabellado.

Trigal era como su nombre: fresca, sencilla y natural, además de otras virtudes que aún no se comprueban en los trigales o en cualquier tipo de sujeto vegetal, como inteligente, simpática, maternal, excelente conversadora (este sí que no se ha comprobado) y nutritiva (libre a la interpretación del lector). El hecho es que, para hacerla sonreír, Jack buscaba una flor, una sola, que cumpliera con los requisitos, que se pareciera a su querido tesoro.

Jack fue al hogar de Trigal, la llamó y escondió de manera pertrecha la flor a sus espaldas. Trigal emergió del interior como de una cueva, acostumbrando los ojos a una luz nueva y diferente. Jack se acerco y le doy su acostumbrado beso, y entonces: ¡ta-dá! Sacó el regalo de su escondite mal confeccionado y se lo entregó a su dueña legítima.

Trigal observó el regalo con sus grandes ojos marrones bien abiertos, como si lo escaneara, o por lo menos sus ojos brillaban como si lo hiciera, y la tomó con elegante parsimonia. La acercó a su nariz y percibió el aroma, entonces miró a Jack y sonrió.

Jack estaba feliz, eso era todo lo que había deseado. Trigal, por otro lado, pensaba en lo idiota que era Jack, en lo idiota que era SU Jack. Sólo de ella, como la flor única que él le regaló y que guardaría amorosamente junto a todo lo que le había regalado. Trigal sabía que todos ellos eran, más que costosas cenas, relojes o prendas, muestras supranaturales de que Jack la amaba.

Y vivieron felices para siempre, excepto cuando no lo estaban; pero aún en esos momentos se tenían el uno al otro y, gracias a eso, podían ser felices de todos modos.

Çe fini

sábado, 6 de marzo de 2010

jueves, 21 de enero de 2010

Divagación 1



Cuán grande es el cielo raso cuando las nubes se cierran
como una sonrisa cohibida, una mueca, una ojiva.
Cuán grande e inverosímil es el hombre
con sus pies, con sus manos, con sus inútiles pasos.
Se ha derramado el vaso, aquel que vaciamos tú y yo
porque con cada trago que dábamos
un mesero impertinente volvía a llenarlo.
Y me sorprendo aún ahora de cuán grande pueden ser las cosas:
amarillas, verdes, rosas,

con calcetas y sin bocas

como un ciudadano, como un patriota

que en pétrea forma espera

la llegada del otoño de El Caribe.

Un otoño no educado para ser otoño

y que prefiere ser primavera o verano.

Un otoño por demás dominicano,

por demás rojo, azul y blanco.

Cuán grande puede ser el cielo cuando las nubes se cierran,

como una sonrisa extendida a un firmamento amigo,
como un parque, un árbol, un nido que vimos nacer y desaparecer en el olvido.
Cuán grande puede ser tu sonrisa cuando mis brazos a tu alrededor se cierran.
Como un cielo raso extendido sobre nubes oscuras
.
Como una cortina que oculta tesoros de sol y trigo.

Y me sorprendo tantas veces cuando en la oscuridad te siento
y me percato de que eres hermosa
sin importar las ropas, la nada, las sombras.
Sin importar cuán develada u oculta esté tu sonrisa.