Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Lo cotidiano


No conocía el por qué, pero todos los sábados, cuando el sol caía y se ocultaba nuevamente para dar vida a otras tierras lejanas y desconocidas que estaban sumerjidas en tinieblas ominosamente densas, del cielo caían diminutos diamantes que creaban un espectáculo impresionante cuando la luz anaranjada del alba atravesaba los prismáticos contornos de las gemas hasta que Apolo se perdía y el espectáculo acababa. Aún así, nadie parecía tomar en cuenta este evento, pues era cosa de todas las semanas, cotidiano, y por tanto ordinario. Los basureros, con máquinas bastante rústicas, recogían todas las piedrecillas para lanzarlas en algún hueco o sepultarlas donde no estorbaran. Nadie las veía como más que una impetuosa broma de la naturaleza, un imperioso designio de algo sobrehumano que parecía querer agujerar todos sus techos y sus cabezas.

Eran gemas muy preciosas, me dije, y pensé que en otras circunstancias, tal vez en otro mundo parecido a éste donde los diamantes no caigan del cielo con cronometrada sincronía, deben ser apreciados como míticas gemas y deseadas por todos sus seres, tan solo por la magia que produce la luz cuando atraviesa uno de sus pulidos lados y emerge por otro. Así como el carbón, tan opaco, es tesoro y prenda de todo habitante de esta tierra, el diamante, opuesto en todo sentido, pero compuestos del mismo elemento, debe ser algo maravilloso en alguna parte. Pero es cierto que aquello que se tiene en abundancia pasa desapercibido.

Me pregunto si en algún otro mundo el agua, tesoro de tesoros, será cotidiana, porque si hay alguno, me gustaría vivir allí.

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