Para usted, mi lector:

"Y los ángeles etéreos rehuyeron a sus hermanos abismales y con hipócrita agonía arrancaron sus extremidades anadeantes y consumieron sus esperanzas de llegar algún día al lugar del que fueron echados como despojo divino. Lo bueno es que, aún en el fondo, pueden haber momentos plácidos."

viernes, 17 de enero de 2025

La puerta oculta

Llevo pocos meses trabajando en un desvencijado edificio de oficinas en el que los ascensores son antiquísimos modelos de la segunda guerra mundial, con un inscesante rechinar que parecía informarnos, ruidosamente, sobre su posible defunción. De estos dos modelos había uno que solía atascarse, sin razón aparente y por tiempo indefinido, en el segundo piso, como si quisiera aferrarse a él y no pasar a los próximos niveles.

El extraño "amorío" entre el ascensor más viejo y el segundo piso creaba grandes contratiempos para los inquilinos y empleados, ya que ambos elevadores pertenecían a marcas y épocas distintas y trabajaban con sistemas individuales, haciendo la espera infrecuente y molestosa, en especial cuando éste se detenía indefinidamente en el piso dos.

A mí, en lo personal, esto me parecía algo peculiar e interesante, como encontrar algo brillante en la arena, ver que no era nada de valor, pero igual pensar que valió la pena haberlo visto.
Muchas veces vi desde el primer o último piso (éste era en el que trabajaba) aquel arcaico medio reloj detenerse en el número dos y olvidarse del mundo, tal vez buscando un merecido reposo tras horas de trabajo especializado.

Me imagino, incluso y tal vez por la más infantil de mis capacidades analíticas, que el amor nació entre estos elementos arquitectónicos, o que tal vez en ese piso habita algo que mantiene unido hasta este día los pesados tornillos de aquel elevador anciano.
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Aquel día no tuve problemas al llegar. Encontré un buen sitio para aparcar, ligeramente alejado, pero especialmente pensado para aprovechar el cruce de una importante avenida de la ciudad.

El elevador no se detuvo esa mañana