Cuán grande es el cielo raso cuando las nubes se cierran
como una sonrisa cohibida, una mueca, una ojiva.
Cuán grande e inverosímil es el hombre
con sus pies, con sus manos, con sus inútiles pasos.
Se ha derramado el vaso, aquel que vaciamos tú y yo
porque con cada trago que dábamos
un mesero impertinente volvía a llenarlo.
Y me sorprendo aún ahora de cuán grande pueden ser las cosas:
amarillas, verdes, rosas,
con calcetas y sin bocas
como un ciudadano, como un patriota
que en pétrea forma espera
la llegada del otoño de El Caribe.
Un otoño no educado para ser otoño
y que prefiere ser primavera o verano.
Un otoño por demás dominicano,
por demás rojo, azul y blanco.
Cuán grande puede ser el cielo cuando las nubes se cierran,
como una sonrisa extendida a un firmamento amigo,
como un parque, un árbol, un nido que vimos nacer y desaparecer en el olvido.
Cuán grande puede ser tu sonrisa cuando mis brazos a tu alrededor se cierran.
Como un cielo raso extendido sobre nubes oscuras.
Como una cortina que oculta tesoros de sol y trigo.
Y me sorprendo tantas veces cuando en la oscuridad te siento
y me percato de que eres hermosa
sin importar las ropas, la nada, las sombras.
Sin importar cuán develada u oculta esté tu sonrisa.